La Herida Luminosa del Error
Columna Ontológica Empresarial
La Herida Luminosa del Error
Por Paz Marticorena
Hay una escena que se repite en muchas organizaciones. Escenas que no hacen ruido, pero dejan eco. Suelen ocurrir en los pasillos de oficinas bien iluminadas, detrás de pantallas pulcras, en reuniones donde el silencio pesa más que las palabras: es el error, que se esconden en las equivocaciones que nadie nombra, el ejecutivo que evita decir que algo salió mal, el equipo que maquilla informes para mostrar solo aciertos. Podría ser miedo, vergüenza, debilidad o algún tipo de emoción que ha echado raíces en lo más profundo de nuestra cultura: y que pudiera describir como que no fallar nos vuelve menos valiosos, menos dignos, menos fuertes, frágiles, incompetentes.
Rafael Echeverría, presidente de Newfield Consulting, comenta en su libro “El Observador y su mundo” (volumen II), «…No somos uno, somos múltiples. Contenemos una inmensidad de voces diferentes, voces que emergen bajo distintas circunstancias, voces que cambian según el tipo de relación en la que me encuentre, voces que cambian no sólo con el tiempo, sino que aparecen según el entorno». Siendo así ¿Qué voces pudieran aparecer en directivos o ejecutivos frente al error? ¿Tanto el error propio como el de sus equipos?. Es muy probable que dentro de nuestro sistema occidental y metafísico estemos metidos en narrativas de perfeccionismo, donde fallar no se acepta como parte del camino. Donde sin darnos cuenta, dado el fenómeno de construcción de éxito y/o identidad expresado, por ejemplo, en las redes sociales, nos han enseñado a vivir atrapados en el ilusionismo de lo perfecto, de los ganadores, del “triunfalismo”.
Hoy estamos inmersos en narrativas de la efectividad, en el mundo de «agilidad, la disrupción y aprendizaje continuo», que, siendo importantes, deja al «error» escondido tras eufemismos como «Temas o impasses» donde fallar es poco aceptable, sin que eso nos cueste la dignidad.
La búsqueda de resultados y el tratar de hacer las cosas bien es un valor en todo proceso. Pero ello no puede ser obviando la variable del error, convertido en una pesadilla que evitamos. En ese relato, el error no es una pausa necesaria, sino un abismo. Pero, ¿y si el error no fuera una grieta, sino una rendija por donde la luz entra? ¿Y si aceptáramos que más allá del “no fallar” habita un territorio fértil de transformación y nuevos aprendizajes?
Echeverría lo dice claro: «no solo erramos, también podemos resignificar esos errores como posibilidades. Pero para hacerlo, hay que desafiar ese mandato cultural que nos grita que solo valemos si acertamos». Y entonces aparece la pregunta incómoda: ¿qué futuro estamos construyendo si solo celebramos lo perfecto?
Algunas emociones del error
Una de las emociones que podría aparecer tras el error, es la vergüenza, esa emoción que se adhiere a la piel como una sombra persistente y que suele esconderse detrás del perfeccionismo. Esa que calla las voces en las reuniones, la que repliega la creatividad, la que susurra que no estamos “a la altura”. Pero también, si se le da el espacio, podría ser el umbral de una conversación más sincera. No solamente con las explicaciones sobre lo que falló, sino sobre lo que aún podría nacer a partir de esa experiencia.
Otra podría ser la fragilidad, la debilidad o que queden en evidencia nuestras incompetencias mostrar que «damos ancho». Donde, velamos la posibilidad de mostrarnos como líderes vulnerables y no hablamos sólo sobre lo que pasó, sino que nos privamos de la posibilidad de replantearnos quienes seremos a partir de la situación vivida a la que llamamos “error”.
En nuestra experiencia acompañando a líderes y equipos en procesos de transformación organizacional por medio de la Consultoría Ontológica Empresarial, hemos visto cómo cambia el entorno cuando un CEO se anima a contar sus fracasos sin filtro y se atreve a decir, sin coraza, “me equivoqué”. No como un acto teatral, sino como experiencia de aprendizaje profundo. Cuando eso ocurre, el lenguaje se vuelve más amable, las emociones más respirables, y los cuerpos de los integrantes del equipo se relajan y se abren a la autenticidad del relato… ¿Qué es lo que podría ocurrir?… que se abran posibilidad, se reflexione, aparezca la evaluación de los procesos, se innove, y por ende, se dé paso al nacimiento de un nuevo líder capaz de resignificar sus errores, así como también un equipo que entiende que es igual de vulnerable, por lo que anticipar y navegar la incertidumbre, tal como los marinos de otros siglos, exploraban mares a la deriva.
A quienes toman decisiones, desde Newfield Consulting, les proponemos una pausa: ¿qué historia se está contando sobre el error en su organización? ¿Qué puertas se están cerrando para evitar el fallo? ¿Qué tal si analizan y desglosan el fenómeno del error? ¿Y, si en lugar de esconderlo, lo usáramos como el motor oculto, y a veces temido, de nuestra transformación y la de nuestros equipos?
Tal vez el verdadero liderazgo no consiste en evitar las heridas, sino en aprender a llevarlas como quien porta cicatrices luminosas. Tal vez no se trate de no fallar, sino de tener el coraje de fallar con sentido… con esas señales de que hemos vivido, aprendido, y vuelto a empezar.